¿Quién se atreve a soterrar la Castellana?

¿Quién se atreve a soterrar la Castellana?

Parque Castellana y el sueño enterrado del Madrid futurista

El proyecto del PARQUE CASTELLANA no es una obra urbana más, es una declaración de intenciones. 🌳 Bajo sus promesas de zonas verdes, túneles subterráneos y energía solar, late una idea tan poderosa como arriesgada: reimaginar el corazón de Madrid desde sus entrañas, soterrando el pasado para dejar que brote el futuro. Pero también hay dudas, miedos, voces que susurran «¿y si no sale bien?»

Nadie te avisa cuando una ciudad empieza a cambiar de verdad. No hay fanfarria ni confeti, solo un plano técnico, un informe municipal y una rueda de prensa con caras serias y promesas grandes. Así fue como conocí al Parque Castellana, esa quimera urbanística que dice querer transformar 675 metros del Paseo de la Castellana en un jardín futurista con colinas, pérgolas solares y árboles que no saben que están sobre una autopista subterránea.

“Madrid quiere enterrar su pasado para dejar espacio al porvenir”, pensé. Pero también me pregunté si eso era posible sin perder el alma por el camino.

Un túnel que no solo es de coches

Dicen que lo más valiente del proyecto no es el parque, ni la vegetación, ni la estética de catálogo de diseño urbano nórdico. Lo valiente es el soterramiento. Porque ahí está el truco: enterrar una arteria sin infarto. Bajo la futura colina ajardinada, circularán seis carriles de tráfico encapsulados en un túnel dividido en dos niveles. Suena limpio, eficiente, casi quirúrgico. Pero también huele un poco a ciencia ficción.

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No es la primera vez que Madrid sueña con excavar hacia el futuro. Lo hizo con la M-30, con la prolongación de la Castellana y con la Operación Chamartín, esa promesa largamente postergada. Pero el Parque Castellana tiene un sabor distinto. No quiere simplemente mejorar la movilidad: quiere cambiar la forma en que usamos y sentimos la ciudad.

“Bajo tus pies, late una autopista. Sobre tu cabeza, canta un mirlo.” Así de poético suena en el dossier de prensa. Pero también me recuerda a esos espejismos de postal: bonitos en la imagen, imposibles de tocar.

El nuevo parque es retrofuturista

Porque lo verdaderamente fascinante del Parque Castellana no es lo que entierra, sino lo que deja florecer. En los 70.000 metros cuadrados que quedarán liberados, habrá fuentes monumentales, graderíos con colina artificial, un pinar infantil, una plaza central con pérgola de placas solares, y hasta un quiosco que ojalá no sirva solo café malo.

El proyecto coquetea con un diseño retro-futurista, una de esas estéticas que mezclan lo nostálgico con lo ultramoderno, como si un jardín diseñado por Jules Verne se colara en un videojuego de ciudad ideal. Árboles nuevos pero con sabor a antiguo, tecnología verde que no grita, sino susurra, y arquitectura pensada para vivir, no solo para mirar.

Pero también está el dilema: ¿cómo se preserva el alma de Madrid mientras se cubre su asfalto con césped? ¿Cuántos árboles hay que plantar para que los vecinos no echen de menos su Castellana de siempre, con su ruido, su caos y sus bocinazos como banda sonora?

Del tráfico al paseo, del coche al peatón

El tráfico, claro. Siempre el tráfico. Porque aunque el discurso sea verde, la arteria que se soterrará es hoy una autopista de coches rugiendo día y noche. La propuesta promete que, una vez bajo tierra, solo el transporte público y los vehículos locales tendrán derecho a pasear por la superficie. Un gesto simbólico, sí, pero también práctico: menos coches, más piernas. Carriles bici bidireccionales y segregados, aceras ensanchadas, accesos mejorados al Hospital La Paz… todo diseñado para devolver la calle al peatón.

Pero también surge la pregunta incómoda: ¿qué pasará durante los años de obras? Porque para soterrar hay que cavar, y para cavar hay que molestar. ¿Cómo afectará eso a los vecinos de Chamartín y Fuencarral? ¿Qué hará el tráfico mientras lo reorganizan todo como si fuera un tetris urbano?

Lo cierto es que las autoridades ya están preparando planes de movilidad temporales y asegurando que se priorizará el transporte público. Lo dicen con aplomo, como quien ya tiene controlado el caos antes de que empiece. Pero también lo decían en otras obras… y no siempre fue así.

El arte de enterrar sin olvidar

Lo que más me intriga es la memoria de la ciudad. Madrid no es solo una capital con ganas de futuro, también es una señora terca que guarda sus recuerdos con uñas y dientes. Por eso, el desafío no está solo en construir un Madrid futurista, sino en lograr que ese futuro no parezca un decorado sin alma.

Ahí entra el guiño vintage del diseño. Porque el Parque Castellana no quiere parecer una ciudad sacada de una película de robots. Quiere tener bancos con aire clásico, paseos que evoquen otras épocas, juegos infantiles en pinares que podrían estar en la Sierra. Un parque nuevo, sí, pero que no huela a nuevo. Que no suene a tienda de Apple, sino a tarde de domingo con helado y bocadillo.

“La nostalgia también necesita su parcela en el plano urbano”, me dije. Pero también entendí que la nostalgia mal gestionada es una trampa. No se puede avanzar mirando siempre por el retrovisor.

Tecnología invisible, pero presente

¿Y la tecnología? Está, pero no estorba. Paneles solares en la pérgola, gestión inteligente de recursos, materiales pensados para durar más y contaminar menos. Nada que haga saltar de emoción a los ingenieros, pero sí suficiente para que la infraestructura no quede obsoleta en dos décadas. Un túnel con doble nivel para no talar más árboles de la cuenta. Farolas que consumen lo justo. Sensores que no se ven, pero lo controlan todo.

Es un proyecto moderno, pero sin pretensiones de Silicon Valley. Aquí no hay drones ni robots barriendo las calles. Solo decisiones inteligentes disfrazadas de normalidad. Y eso, en estos tiempos de exhibicionismo tecnológico, es casi un acto de buen gusto.

“Lo futurista ya no grita, susurra”. Pero también me pregunto cuánto tardará en quedarse mudo si no se cuida bien.

¿Una utopía madrileña?

Tal vez el Parque Castellana no sea una utopía, sino un experimento de convivencia entre el hormigón y la hierba. Un intento de reconciliar la infraestructura urbana con la vida real, esa que ocurre lejos de los PowerPoints y las infografías 3D.

Será un parque, sí, pero también un puente entre zonas históricamente aisladas. Conectará las Cinco Torres con el hospital, con las colonias del norte y con ese Madrid Nuevo Norte que lleva más tiempo en los planos que en los mapas. Será una manera de zurcir una ciudad que, por momentos, parecía hecha de retales.

Pero también será un espejo. Uno que nos mostrará si realmente estamos preparados para cambiar no solo nuestras calles, sino nuestras costumbres. Porque plantar árboles es fácil. Dejar el coche en casa, no tanto.


“Lo que se construye sin alma, se desmorona con el tiempo.” (Proverbio anónimo)

“Madrid necesita menos ruido de motores y más silencio de parques.”

“Enterrar una carretera es fácil. Lo difícil es sembrar vida encima.”


¿Y si Madrid se atreve a ser distinta?

El Parque Castellana es más que un proyecto de infraestructura urbana. Es una declaración de intenciones, una forma de decir que podemos vivir mejor si nos atrevemos a cambiar. Pero también es una promesa que deberá cumplirse metro a metro, ladrillo a ladrillo, con vecinos mirando desde la ventana y con periodistas como yo paseando con un café en la mano y un poco de escepticismo en el bolsillo.

¿Estamos realmente preparados para este salto al futuro? ¿O seguiremos añorando los atascos y los cláxones como parte del paisaje sentimental de la ciudad?

Lo sabremos cuando las obras acaben y el primer mirlo cante sobre el túnel. Aunque quién sabe, igual lo hace antes.

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