¿Por qué tanta gente se enamora de una TINY HOUSE? La tiny house de Shelly es más que una casa es una filosofía
Estamos en el verano de 2025 en Norteamérica, en algún lugar entre las montañas y los recuerdos. Una tiny house puede parecer un capricho, pero a veces es la decisión más sensata que uno puede tomar tras un terremoto emocional. Como el que vivió Shelly. Ella no buscaba una casa pequeña, buscaba paz. Y, de paso, un sitio para reconstruirse, con tejado negro y alma bohemia.
Todo empezó con un divorcio, claro. ¿Qué historia no arranca con una pérdida? Shelly lo cuenta sin dramatismos: “Pensé que sería más seguro tener una tiny house y dejar de alquilar. Vivir mi sueño”. Y así fue como una mujer que siempre quiso un playhouse de niña, pero nunca lo tuvo, se construyó uno de adulta. Solo que con calefacción, cocina retro y una ducha con vistas al cielo. Qué cosas.
“Hoy elijo ser increíble”, lee cada mañana al despertar. Lo tiene escrito en la pared del dormitorio, junto a unas flores negras que cortó con sus propias manos. Parece una frase de taza de desayuno, pero en boca de Shelly suena a mantra de supervivencia.
Una casa pequeña con ideas enormes
Shelly vive en una tiny house de 36 pies de largo y 8,5 de ancho, construida por Summit Tiny Homes en Canadá. Dice que la eligió por su estilo bohemio, aunque le hizo un par de retoques. Techo oscuro, ventanas estratégicas y un porche añadido por su familia en el Día de la Madre. No es solo una entrada: es una extensión del hogar, un refugio donde se ve el cielo sin que el sol abrase.
El coste total, unos 137.000 dólares, no le pareció mal. “Hoy en día construir es carísimo”, suelta mientras muestra las paredes revestidas y el diseño de la cubierta que deja pasar la luz. Uno de los secretos está en los detalles: el recorte en la fachada, el tejado translúcido, las ventanas que no pelean entre sí. Y, claro, el sistema de triple eje para moverla si hiciera falta.
“Una tiny house no huele a encierro si tienes buenas ventanas”, me dice entre risas. Y tiene razón.
El lujo de la calidez, no del mármol
Si la fachada promete, el interior cumple. La cocina es una de las zonas más mimadas. Cuatro fuegos, un mini horno eficaz, encimera de madera maciza, estanterías abiertas y una nevera vintage que parece sacada de los años 50. Todo cuidadosamente escogido para que parezca casual.
Lo mejor de todo es que nada está de más. Hay espacio para cocinar, almacenar, decorar… sin sentirse atrapado. “Pensé que no cabrían mis platos, pero todo fluyó”, dice, mientras enseña el cajón donde los guarda, justo debajo del fregadero. Los utensilios cuelgan en ganchos estratégicos, como si formaran parte de una exposición de diseño nórdico minimalista.
Hasta la tabla de cortar de madera rayada, que compró en Minnesota durante una visita a su madre, tiene historia. Todo tiene historia en esta casa.
Lo útil no tiene por qué ser feo
Al lado de la entrada hay un rincón que se suponía iba a tener un perchero empotrado, pero no cupo. Shelly, siempre creativa, lo resolvió con un perchero de mercadillo y una estantería de Amazon que resultó ser diminuta. Y, por eso mismo, perfecta.
El comedor es otra joya improvisada. Encontró una mesa de barco con alas abatibles, cortó una de ellas y convirtió lo que era un reto de espacio en un lujo funcional. Y como todo en esta casa, guarda secretos: dentro hay servilletas, manteles y una libertad doméstica que Shelly no parece dispuesta a abandonar.
“Una lavadora no es lujo, es dignidad”
Pocas cosas recuerda con más horror que la época en la que vivió sin lavadora ni secadora. Por eso, aunque ocupen espacio, las tiene. En versión compacta, sí, pero eficiente. En verano, la ropa va al tendedero; en invierno, al tambor.
El altillo de almacenamiento es un universo propio. Cajas, maletas, zapatos, estéreos… todo cabe si se ordena con cabeza. Y, por si fuera poco, una escalera empotrada con barandilla y plantas vivas le da al conjunto un aire de jungla organizada. Porque, como dice ella: “Son lo único vivo que me acompaña aquí… y les hablo”.
Baño con vistas y sin olores
El baño fue otra de sus apuestas. En lugar de aceptar el diseño original, lo amplió. Le robó unos centímetros al dormitorio porque “en la cama solo se duerme”, dice. Ahora tiene un ducha con ventana al exterior, un sistema de compostaje sin olores y estanterías extra para guardar ropa. Las decisiones sensatas no siempre son estéticas, pero en este caso lograron ser ambas.
El inodoro separado, que divide líquidos y sólidos, se vacía una vez al mes. “Casi ni me entero. Lo peor es el nombre del cubo”, bromea. Nadie dijo que el glamur fuera esencial.
Dormitorio con secretos bajo la cama
Al fondo está su habitación, con una cama doble, un cabecero de Wayfair y un somier con almacenamiento bajo el colchón. Shelly lo diseñó y construyó con ayuda, y ahora guarda allí la mayor parte de su ropa. El armario es pequeño, pero suficiente.
La lámpara del techo, eso sí, no debió haberla puesto. “Me dejé llevar. Pero nunca la uso”, confiesa. En cambio, los apliques para leer y el mural de flores negras sí la llenan de orgullo. Como el cartel que cuelga frente a la cama: “Hoy elijo ser increíble”. Y uno se lo cree.
Un sofá que se transforma como la dueña
El salón tiene un sofá modular que se convierte en cama, chaise longue o escenario para una tertulia íntima. También hay un escritorio flotante desde el que trabaja, hace yoga o planea su próximo proyecto.
Sí, porque esto no es el final. Shelly ya está construyendo una casa prefabricada en la misma parcela. La tiny fue un paso, no un destino. Aunque a veces duda si mudarse realmente le dará lo que ya tiene: luz, calma, orden, belleza.
“Si no sabes dónde ponerlo, es que no lo necesitas”
El almacenamiento está en todas partes: bajo las escaleras, dentro de cada peldaño, entre las paredes. Juicer, blender, esterillas, pesas… todo tiene su lugar. Y encima, plantas. Porque la vida sin plantas es una nevera sin luz.
Y al final del todo, otro altillo. Más amplio, con un colchón queen, desde donde su hija —la primera huésped oficial— miró las estrellas por el tragaluz. “Dijo que nunca había dormido tan cerca del cielo”.
Un futuro pequeño pero claro
Shelly lo tiene claro: la tiny le ha cambiado la vida. No solo la suya, también la de otros. Ahora ayuda a personas que quieren reducir su casa sin reducir su vida, como parte de un nuevo negocio que ha montado. Y lo hace desde el conocimiento real, no desde Pinterest.
Porque sí, vivir en una tiny house no es vivir menos. Es vivir justo lo que necesitas.
“Lo esencial cabe en 36 pies si sabes lo que estás buscando”
“No se trata de espacio, se trata de intención”
“Una tiny house no es una moda, es una declaración de libertad”
“Las casas son para vivirlas, no para exhibirlas” — Gaston Bachelard
“Quien mucho abarca, poco habita” — Adaptación libre del refrán clásico
Shelly encontró en su tiny house el lugar para empezar de nuevo. ¿Y tú, dónde te reconstruirías si lo perdieras todo?
¿Cabemos todos en una vida más pequeña o es solo para los valientes?
¿Será este el futuro del hogar o solo un refugio para quienes se atreven a elegir diferente?
Tour completo en video de la tiny house de Shelly
Descúbrelo y decide tú mismo.