¿Puede Amaravati ser la ciudad del futuro?
Un plan urbanístico indio que mezcla tradición, poder y promesas de modernidad
Estamos en septiembre de 2025 en el sur de la India. Bajo un sol que nunca descansa, se levanta Amaravati, un nombre que suena a epopeya y que aspira a convertirse en la nueva capital de Andhra Pradesh. No es una ciudad que nazca de siglos de comercio, ni de caravanas, ni de azarosos asentamientos humanos junto a un río. Amaravati es otra cosa: un lienzo en blanco de 217 kilómetros cuadrados, pensado desde los despachos, dibujado con escuadra, con rascacielos, espacios verdes y un centro administrativo diseñado por Foster + Partners.
La palabra clave aquí es Amaravati. Una ciudad que quiere prometer calidad de vida, prosperidad económica y un futuro brillante para millones de personas. ¿Pero qué pasa cuando una ciudad se crea de cero, como si fuese un tablero de SimCity llevado a la realidad?
¿Por qué Amaravati quiere ser algo más que un mapa?
Entre la memoria de un antiguo reino y la ambición de un estado moderno
La historia es más enrevesada de lo que parece. Todo comienza cuando Andhra Pradesh pierde Hyderabad, la gran metrópoli que pasa a ser la capital del nuevo estado de Telangana. El gobierno andhra se queda sin su corazón político y económico. Y como en un movimiento teatral, decide inventar uno. Así, Amaravati aparece en escena, entre campos agrícolas y un pasado lleno de templos budistas, como la elegida para encarnar el futuro.
No hablamos de un capricho aislado: el proyecto busca dar una imagen de fuerza y centralidad. Por eso el encargo a Foster + Partners no es casual. Quieren un parlamento monumental, una secretaría que sea la nueva maquinaria del poder y un complejo judicial que imponga respeto. La arquitectura, aquí, no solo construye edificios: construye autoridad.
“Una ciudad que empieza desde cero siempre promete más de lo que da”
La idea de Amaravati es seductora: calles anchas, transporte público eficiente, zonas verdes integradas, uso racional del agua y una densidad urbana pensada para evitar el caos de las megaciudades indias. Todo eso suena bien. Pero cualquiera que haya visitado Chandigarh —el otro gran experimento urbano de India, diseñado por Le Corbusier en los años 50— sabe que la teoría y la vida cotidiana rara vez coinciden.
Amaravati promete jardines futuristas, pero ¿qué ocurrirá con las aldeas que ya estaban allí? Habrá viviendas modernas, sí, pero ¿serán accesibles para todos o solo para unos pocos privilegiados? Estas son las preguntas que acompañan siempre a las llamadas «ciudades planeadas».
Cuando la utopía urbanística se cruza con la realidad india
Hace tiempo, en otra parte del mundo, Brasilia también quiso ser la ciudad del futuro. Tenía la misma lógica: plazas inmensas, edificios majestuosos, un urbanismo de libro. ¿Resultado? Un lugar perfecto para funcionarios y diplomáticos, pero hostil para quienes simplemente querían vivir. Amaravati corre el mismo riesgo.
La promesa de que la ciudad será verde, ordenada y próspera puede sonar muy bien en un discurso oficial. Pero la India real se mueve al ritmo de la improvisación, de mercados callejeros, de multitudes, de vacas en las avenidas y vendedores ambulantes. Una ciudad diseñada con tanta rigidez puede acabar siendo un escenario de cartón piedra, bonito en el render, incómodo en la vida diaria.
La mirada de Foster + Partners: poder convertido en hormigón
El papel de Foster + Partners no se limita a dibujar edificios: están configurando el símbolo de un estado que busca legitimidad. El Legislative Assembly será el corazón de Amaravati, un espacio monumental pensado para impresionar tanto al ciudadano como al visitante extranjero. A su lado, el Secretariat será la maquinaria burocrática que dará forma al día a día político. Y, completando el conjunto, un High Court Complex con la solemnidad que requiere la justicia.
Es la misma lógica que llevó a tantos imperios a levantar palacios y plazas inmensas: el poder necesita hacerse visible, necesita ser piedra, necesita imponerse al tiempo.
Johnny Zuri
«Las ciudades planificadas siempre huelen a promesa que nunca acaba de cumplirse.»
El precio de soñar en grande
Construir una ciudad de la nada cuesta una fortuna. Andhra Pradesh no nada en riqueza, y el plan de Amaravati ha estado rodeado de polémicas por los costes, las expropiaciones de tierras y la lentitud en la ejecución. Lo que comenzó como un proyecto casi mesiánico corre el riesgo de quedarse en una maqueta inconclusa, como tantas urbes futuristas que solo existen en presentaciones de PowerPoint.
Y sin embargo, el sueño sigue en pie. Los defensores de Amaravati insisten: “Es un símbolo de identidad, es la inversión que necesitamos, es el futuro de nuestro estado”. Sus críticos responden: “Es un espejismo, un gasto descomunal, un error de cálculo político”.
La pregunta final: ¿ciudad real o espejismo político?
Amaravati está ahí, creciendo entre polvo y hormigón, queriendo ser un ejemplo de modernidad y de gestión ordenada del espacio. Su destino aún no está escrito. Puede convertirse en un referente internacional de urbanismo o en una advertencia más sobre lo que ocurre cuando la política quiere jugar a arquitecto.
Porque al final, lo que hace grande a una ciudad no son los renders ni los megaproyectos, sino la vida que palpita en sus calles. Y esa, hasta hoy, todavía no ha llegado del todo a Amaravati.
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